Militares en función policial. ¿Qué puede salir mal?
Muchos países han recurrido a las Fuerzas Armadas, para dar seguridad. Ha llegado el turno de evaluar la posibilidad, con buenas y muy malas razones.
Las Fuerzas Armadas existen para la defensa de la patria y son esenciales para la seguridad nacional. Las fuerzas de orden y seguridad pública existen para dar eficacia al derecho, garantizar el orden público y la seguridad pública interior, dice la Constitución. Es lo que diría cualquier Carta democrática y con eso basta para descartar la posibilidad que ronda el debate público en estos días.
Tareas distintas, formación diferente, fin del debate.
En el mundo moderno, hay múltiples ejemplos en los cuales el Estado ha puesto a las Fuerzas Armadas en función policial:
En Brasil, es habitual la incursión de militares en las favelas, con la finalidad de detener el crimen organizado. Así ocurrió por ejemplo en octubre de 2023, en Maré, Vila Cruzeiro y Cidade de Deus. Perros adiestrados, más de mil policías y carros de combate.
En Caserta, Italia, el año 2008, ingresaron más de 500 paracaidistas para recuperar los territorios en los cuales mandaba la camorra y el célebre clan de los Casalesi. El propio ministro de defensa reconoció la falta de agentes para desarrollar con éxito la misión y debieron recurrir a quienes sabemos.
En México, las Fuerzas Armadas realizan funciones de policía desde hace muchos años, y el Gobierno de Lopez Obrador sigue insistiendo con su viejo anhelo de incorporar definitivamente a la Guardia Nacional a la Secretaría de Defensa Nacional, entregando definitivamente el control del orden público al mundo militar.
En Colombia, durante varios años las Fuerzas Armadas prestaron apoyo a la policía en funciones de orden público. Este registro del 2021 es uno de los tantos que pueden encontrarse como noticias en la red. Lean esto: la policía colombiana es considerada un cuerpo militar.
En diciembre del 2023, el Congreso de Ecuador aprobó una reforma constitucional que permite a las Fuerzas Armadas, apoyar a la policía en el combate al crimen organizado. El problema es serio, recuerden que en enero pasado, un grupo se tomó un canal de televisión, en vivo.
Hace unos dias el gobierno argentino anunció que el Ejército apoyaría funciones del orden público en la ciudad de Rosario, que tiene la mayor tasa de homicidios del país y se encuentra en una grave crisis atribuida al narcotráfico y al crimen organizado.
En junio del 2023, en Honduras, una severa crisis de seguridad afectó a las cárceles que fueron tomadas por pandillas del crimen organizado. El gobierno reaccionó entregando el control del orden a los militares. La medida vino acompañada de otras más radicales, como el toque de queda y un severo control de las calles.
Y en mi búsqueda de datos encuentro esta nueva forma de cooperación entre países: “Guatemala entrena a policías militares de países amigos”, esos países amigos son: Honduras, y República Dominicana.
Podría seguir por horas, con múltiples ejemplos.
Hay un denominador común, cuando cualquier país echa mano de las Fuerzas Armadas para cautelar el orden público, es porque hay un reconocimiento implícito muy dramático: hay áreas en las cuales la policía es incapaz de cumplir sus funciones propias.
No hablaré de Bukele esta vez. Es un modelo securitario que merece un análisis aparte, solo diré que es “un todo”, que no deja nada al azar. Con un alto costo, por cierto.
Imagen: John Cole
¿Y nosotros qué?
Habrá que partir por recordar que al menos el Ejército es refractario a cumplir tareas de orden público, no están preparados, ha dicho su Comandante en Jefe.
Tiene un punto, mal que mal, para quienes plantean que han participado en misiones de paz, es fácil recordarles que las calles de La Florida o Maipú, no son las de Puerto Príncipe.
Por otra parte, cuando uno repasa las razones y escenarios en los cuales han actuado las Fuerzas Armadas en otros países, el otro denominador común es que lo hacen contra el crimen organizado. Ni siquiera podemos decir “solo contra el narco”, porque hoy por hoy el crimen organizado es mucho mas que los estupefacientes.
Entonces, quizá estamos viendo el problema desde una perspectiva equivocada. En vez de pedir Fuerzas Armadas en las calles para combatir el crimen organizado (porque no los veo dirigiendo el tránsito o supervisando el cumplimiento de cautelares, menos investigando delitos), deberíamos preguntarnos: ¿Porqué la fuerza pública no es suficientemente eficiente para combatir el crimen organizado, que debe ser remplazada por las Fuerzas Armadas?
Es obvio que si quiero evitar las balaceras y la violencia sin control, debo ser capaz de llegar a neutralizar con la debida anticipación a quienes forman parte de las bandas.
Si, pero es que si hablamos en tales términos, surge una segunda pregunta que yo al menos no he escuchado: ¿No será que los encargados de investigar y perseguir al crimen organizado, no están siendo eficientes, y por rebote ponemos la mirada en los agentes operativos, es decir la policía?
En otras palabras: ¿Y el persecutor qué hace? Porque la mera represión, no soluciona el problema, yo creo que lo empeora. La violencia, el puro aumento de poder de fuego contra el crimen organizado, es a mi juicio el combate con un paracetamol, del dolor de cabeza proveniente de un accidente vascular cerebral.
Porque claro, repaso los casos que he apuntado más arriba y en todos veo otro denominador común: es la reacción a la emergencia desbordada, que no ha terminado, en absoluto, hasta ahora, con el problema.
Las Fuerzas Armadas en las calles, no parecen ser la solución al crimen organizado.
El problema es que si no tenemos un Ministerio Público eficiente, buena inteligencia policial y capacidad de anticipación, podemos tener un militar en cada esquina (cosa imposible por cierto) y todo será una pérdida de tiempo y recursos. Un parche, un analgésico, a corto, mediano o largo plazo, la nada misma.
El Estado en la función de resguardo del orden público, es una maquinaria que debe funcionar como reloj, así está concebida. Y cuando el reloj se atrasa, habrá que revisar cuál es la pieza que está fallando, en ningún caso insertarle piezas de otras maquinarias, que no tienen nada que hacer para que el reloj vuelva a funcionar.