La cárcel donde se graduó el crimen organizado
Crónica de cómo los muros dejaron de encerrar y empezaron a proteger imperios criminales
En la celda 23 no hay silencio: hay órdenes. Afuera, un teléfono suena, una moto arranca, un sicario recibe coordenadas. Todo comenzó en un penal, pero el alcance es continental.
Hace veinte años, cuando yo entraba a las cárceles como defensor penal público, la historia era otra. Los pasillos olían a humedad y resignación, no a negocios internacionales. El que caía preso era, casi siempre, un ladrón torpe, un microtraficante sin ambiciones globales. La violencia más sofisticada quedaba en las películas.
Pero las prisiones cambiaron, y lo hicieron en silencio. Entre muros y rejas se incubaron organizaciones que hoy operan como corporaciones: con jerarquías, logística, finanzas y hasta planes de expansión internacional. El encierro, que debía cortarles las alas, terminó dándoles un refugio seguro para planificar.
De aulas de castigo a oficinas de comando
En las clases de derecho penal enseñamos que la cárcel es la consecuencia jurídica para quien rompe la norma. Teoría de la pena: castigo, rehabilitación, ejemplo. Eso dice el manual. La realidad, sin embargo, se ha vuelto otra: muchas prisiones ya no corrigen ni disuaden; coordinan. Son el centro de mando donde se deciden el próximo motín, la próxima ruta de cocaína o el próximo secuestro.
Los imperios nacidos tras las rejas
En Venezuela, el Tren de Aragua se fundó en la cárcel de Tocorón, bajo el mando de Héctor “Niño Guerrero”. Desde allí, sin mover un pie del penal, tejió una red que cruzó fronteras hasta llegar a Chile, México y Argentina. En 2025, EE.UU. lo declaró organización terrorista.
En Paraguay, Armando Javier Rotela convirtió la Penitenciaría Nacional de Tacumbú en su centro de operaciones. Controla pabellones, decide quién vive y quién muere. En 2023, un motín que él ordenó dejó 10 muertos.
En Brasil, el Primeiro Comando da Capital nació en 1993, en la Casa de Custodia de Taubaté, después de la masacre de Carandiru. Su líder, Marcos “Marcola”, dicta instrucciones desde una cárcel de máxima seguridad, usando abogados, familiares y mensajeros como antenas de transmisión.
El Comando Vermelho, con Luiz Fernando “Beira-Mar” a la cabeza, dirige desde la Penitenciaria Federal de Mossoró rutas de cocaína que unen Colombia, Paraguay y Río de Janeiro.
Y en El Salvador, pese al nuevo régimen de excepción, líderes de la Mara Salvatrucha y Barrio 18 han seguido ordenando extorsiones y homicidios desde sus celdas.
Cómo se construye un cuartel detrás de barrotes
Para que una prisión se convierta en base de operaciones, deben alinearse varios factores:
El Estado pierde el control y la autoridad pasa a manos criminales.
Los funcionarios carecen de formación y recursos para detectar el germen de la organización.
Las agencias estatales no se coordinan; adentro y afuera los criminales se comunican sin obstáculos.
El hacinamiento camufla a los líderes y diluye responsabilidades.
La administración carcelaria sigue pensando en delincuentes de baja monta, cuando dentro ya operan estrategas delictivos.
La dura verdad del Crimen Inc
El mito de que los barrotes contienen al crimen se derrumba. Las cárceles ya no son el fin del camino delictivo; para muchos, son el punto de partida. Allí se planifica, se ordena y se hereda el negocio.
Y lo más inquietante: mientras las leyes y las políticas sigan creyendo que encarcelar basta, los muros seguirán graduando a las próximas generaciones de líderes del crimen organizado.